El fin de semana dio para mucho. Dos reportajes. Una camisa retro del rastro. Cañas y tostas en “Mi casita” (chiringo de moda del barrio) Un robo de mechero y herramientas del cajetín de la moto. Y discusiones trascendentales acerca de la felicidad y la filosofía de su majestad Emilio Duró.
Y de repente volvió el lunes. Sin paños calientes. Salvaje. ¿Porque los lunes llegan con tanta violencia? Y Madrid se vació de las masas piadosas enardecidas y empezó a llenarse de la gente que hace semanas huyó despavorida de vacaciones. Y ya se acabaron. Y vuelven. Están volviendo todavía hoy miércoles. Sin reloj en la muñeca. Morenos. Desorientados. Gruñones. Desmoronados a la puerta de la oficina.
Y estos, estos si que son dañinos...
Arrastran los pies. El labio inferior. Miran al horizonte sin fijar la mirada. Ni el tema de conversación que siempre gira hacia las vacaciones pasadas. Tienen ojeras. Miedo al asfalto. Al café de la cafetera de la oficina. Al metro. Se quejan. Van con los hombros bajos. Suspiran por los pasillos y se plantan delante de ti a lloriquear porque “No me ha dado tiempo ni a darme cuenta que estaba de vacaciones” ¿Y yo? ¿Me he dado cuenta yo? ¿Acaso tengo cara de haber estado yo de vacaciones? Que mientras yo curraba tu dormías. O bebías. O bailabas. O buceabas en el océano. O te subías a un avión. O hacías el amor a las 12.47 de la mañana mientras yo seguía encerrada en una oficina.Y aquí sigo. Entera. Digna. INVENCIBLE.
Así que yo a estas alturas de la semana, cuando hasta Sole ha vuelto de la playa, he decidido respirar. Contar hasta mil. O milsetecientos. Sietemil. Y hacerme fan de Duró y pensar que los lunes y el final de las vacaciones son difíciles por definición. Y oscuros. Pero esconden una quimera: Los lunes también son como el 1 de enero...Todo puede volver a empezar.
Y ESO POR LO MENOS, DA UN POCO DE AIRE...
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